Desde muy pequeña, Murdeline sabía que no había nacido solo para ser una gata. Había nacido para deslumbrar.
Mientras los demás gatitos perseguían ovillos de lana, Murdeline perfeccionaba el arte del maquillaje, usando un espejo heredado de la época de su abuela. Se hizo su primera corona con sus propias patas, a partir de relucientes espinas de pescado y cuentas de un viejo collar.

Cuentan que esa misma noche le susurró a su reflejo: «No eres solo una gata, eres un icono de estilo».